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Una vez, charlando en el portal, le pregunté cómo es que no solía hablar sobre lo que sentía. Él me contesto que no era un hombre de palabras, pero sí de hechos.

– Las palabras se las lleva el viento -me explicó.

Yo, en aquel momento, no entendía esa filosofía. Cómo puedes llevar tanto dentro y que no se escape nada. Reconozco que tuve dudas.

Sin embargo, el tiempo pasó y nunca me faltó una mano apretando la mía, un paraguas en medio de la lluvia, oídos que escuchan atentos y una voz tranquilizadora después.

Es el primero en apuntarse conmigo a cualquier cosa: fabricó velas en un taller de manualidades, montó a caballo, visitó museos y exposiciones, pese a que no le apasiona el arte; se tragó películas en blanco y negro y europeas, cuando él siempre fue de acción y efectos especiales; incluso se subió en un teleférico rezando porque padece de vértigo y la última fue viajar a Italia con Ryanair. Nunca vi a alguien tan rígido en un asiento durante horas.

Compartir un café con él es un acontecimiento. Siempre hay algo de lo que hablar, siempre acabamos riéndonos. No necesitamos nada más.

Y si estoy triste o de mal humor, nunca se va de mi lado. A veces acompaña el silencio, otras, me hace una gracia. Me soporta con soltura, hasta cuando no puedo hacerlo ni yo.

Hoy es San Valentín y nunca nos hacemos regalos, porque el mejor de ellos es poder estar juntos.