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Aunque esta mañana ha llegado la primavera, las manos se me congelan mientras camino. Hace unos minutos me he despedido de una amiga con la que he ido a ver Los idus de marzo, la última película dirigida y protagonizada por George Clooney.

Vuelvo a casa pensando en que me he quedado con ganas de más. Si fuera directora de cine contrataría a todo el reparto una y otra vez porque sus interpretaciones son magníficas. En especial, me ha conquistado la de Philip Seymour Hoffman, quizás porque en un film que narra los entresijos de una campaña electoral para designar al candidato del partido demócrata a la presidencia de Estados Unidos, su personaje es el único que defiende un valor, la lealtad.

El poder poder se rodea de codicia y traición. Clooney no descubre nada nuevo, pero lo cuenta de forma brillante y efectiva. Su narración atrapa al espectador. Conmigo ha funcionado y vuelvo a casa pensando en los pocos escrúpulos que hay que tener para pisar, venderse y reptar hasta la cima.

De repente, me paro en medio de la calle. Presto atención y escucho un violín. El sonido rebota en la encrucijada de calles. Es hechizante.

No lo puedo evitar y vuelvo sobre mis pasos. La violinista no debe de llegar a los 20 años. Tiene el pelo corto y mucho frío. Me acerco para dejarle una moneda mientras se sube la cremallera del forro polar naranja:

-¡Hola! Me encanta como tocas. Subía la calle y he dado la vuelta.

-¡Buenas noches! ¡Muchas gracias! Que me digan cosas así, me anima a mejorar.

-¿De dónde eres?

-De Ponferrada, pero ya casi, casi soy de aquí.

-Encantada de conocerte.

-¡Gracias guapa!

Mientras paso por delante de la iglesia de San Nicolás todavía escucho el violín. Es música clásica. Y es realmente preciosa. ¿Será cierto aquello que dijo alguien una vez? Eso de que la belleza salvaría el mundo

Ahora que lo pienso, se me olvidó preguntarle qué pieza era.