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Cuando los viernes veo la cartelera de cine, no puedo remediar sentir una mezcla de rabia y desilusión. Donde hace años se estrenaban grandes películas, ahora proliferan los remakes, cutre-guiones sobre los héroes de la Marvel, grandes historias mitológicas mutiladas por efectos especiales, versiones en 3D de éxitos pasados o un cartel con la cara bonita de turno que luce cacho. Cuando encuentro algo que me emociona de verdad, estoy por lanzar fuegos artificiales.

No sé qué han hecho con los guionistas del Hollywood que yo conocí. Me imagino que los productores pensaron que las imágenes espectaculares daban más dinero que los diálogos trabajados y las tramas sorprendentes que recuerdas durante toda tu vida.

Pues se equivocan y cada vez que una película europea de bajo presupuesto consigue ganar millones en taquilla, debería caérseles la cara de vergüenza. «Intocable» es una de ellas. Una historia sencilla sobre dos personas muy diferentes que se encuentran gracias al azar. Driss es un delincuente, hijo de inmigrantes senegaleses, que vive en los suburbios y Philipe, un millonario tetrapléjico que busca un auxiliar de ayuda en domicilio. Todo transcurre en Francia, donde quizá esas características que los distinguen se hagan aún más grandes. Pero la vida da muchas vueltas y juega con muchas cartas. A lo mejor, su destino no es la confrontación, a lo mejor tienen más cosas en común de lo que ellos creen.

Los griegos defendían el valor de la amistad y lo elevaban a lo más alto, era tan importante como el amor que profesabas a tu propia familia. Ahora, en el siglo XXI, donde nos miramos más el ombligo que nunca, los ideales griegos quedan muy atrás y nos sorprende saber que la película «Intocable» está basada en hechos reales. Por eso hay que verla, porque remueve conciencias, pero también porque nos enseña a reírnos de las barreras que nos ponemos nosotros mismos.

Se dice que el humor negro es aquel que se burla de las desgracias ajenas y está mal visto en la sociedad. Cierto, pero ese mismo tipo de humor hecho por la persona que sufre el problema, significa que acepta su situación y riéndose de él, lo supera. En esta película, ambos personajes tienen razones para lamentarse y por eso las bromas que comparten, además de hacerte caer de la butaca, están basadas en el mayor de los respetos.

Los actores, François Cluzet, en el papel de aristócrata y Omar Sy, como el peculiar joven con el que se encontrará, están llenos de química. Una energía que ha cautivado al público francés y al resto de Europa, además de proporcionarle varios premios. Detrás de este trabajo están los realizadores franceses Olivier Nakache y Eric Toledano, que decidieron darle vida después de ver el documental «A la vie, a la mort«, donde se contaba la historia de estos pequeños grandes héroes. Divertida, nada ñoña y tan real como la vida misma. Que se vaya preparando Hollywood.