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Todos tenemos al menos un ángel, incluso si somos afortunados podemos tener varios. Y no me estoy refiriendo a esos niños rechonchos, de rizos rubios y con suaves alas a la espalda que vienen desde el cielo para protegernos. Hablo de personas que nos rodean y a las que la cuarta entrada del Diccionario de la Lengua Española define como «personas en quien se suponen las cualidades propias de los espíritus angélicos, es decir, bondad, belleza e inocencia».

Pues bien, uno de mis ángeles cumple con creces esas características. Se llama Ana, tiene una larga melena rizada que le conjunta con unos ojos oscuros y mágicos que hablan cada vez que te miran. Sigue varias disciplinas basadas en el respeto por el cuerpo y la mente, por las personas y la naturaleza, que en definitiva es la única forma de que esta vida funcione. Poniendo en práctica una ínfima parte de sus consejos, consigues que tu día a día mejore. Y nunca falla. Si escribiera libros, tendría miles de fieles seguidores y una saneada cuenta corriente.

La conocí hace pocos años. Acudí a ella cuando los dolores de cuello y el estrés no me daban tregua. Era como una olla a presión, pero con la válvula obstruida. Nunca me gustó hacer deporte, me agoto muy rápido y tengo poca resistencia física, así que me convencí de que debía de buscar un ejercicio que no me aburriera y que abandonara a las pocas semanas. Descarté los gimnasios.

Y el destino la puso en mi camino. Comencé a asistir a sus clases del método Pilates y mi vida cambió. Nunca antes había escuchado frases como faja abdominal, colocad las escápulas, cerrad costillas, gimnasia hipopresiva o suelo pélvico. Tampoco nunca antes me había tenido agujetas en músculos de mi cuerpo que ni siquiera sabía que existían porque, a pesar de lo que la mayoría de la gente cree, los ejercicios son muy concentrados, exigentes y duros.

En una hora de clase trabajamos con mucha intensidad para perfeccionar la concentración, la respiración, la flexibilidad, el equilibrio y por encima de todo fortalecer el cinturón abdominal y la columna vertebral, reeducando así nuestra postura.

Decía Joseph Pilates, creador del método, que «en diez sesiones sentirás la diferencia, en veinte verás la diferencia y en treinta te cambiará el cuerpo». En mi caso, tengo que darle la razón: los dolores de espaldacuello, así como las contracturas, han desaparecido; camino y me siento correctamente; he aumentado mi flexibilidad; controlo la respiración hasta llegar a superar leves dolores de cabeza; se me han definido brazos, piernas y cintura; conozco más mi cuerpo… Y algo fundamental es que no me aburro en las clases y soy constante. Como en cualquier actividad, es vital la persona que la imparte. Sus conocimientos son fundamentales, pero la forma de transmitirlos a los alumnos es lo que de verdad funciona. Y Ana, en este aspecto, es insuperable.

Gracias por ser una grandísima profesora, pero sobre todo, por ser mi ángel y el de otra mucha gente.

Podéis encontrar a Ana en Ana Loar Zen Pilates, en la calle Teresa Herrera, nº 7, 1º izda, 15004, A Coruña o a través del correo: analoar@gmail.com