Etiquetas

, , ,

Bien. Ya está. Soy una más de las miles de mujeres que ha leído Cincuenta sombras de Grey. Esta novela forma parte de una trilogía escrita por la británica E. L. James, ex ejecutiva televisiva y, desde hace años, ama de casa. En el primer libro se cuenta la historia de Anastasia Steele, una estudiante de literatura a punto de licenciarse, que conoce a Christian Grey, un joven irresistible y multimillonario, con el que inicia una apasionada relación que la adentrará en un mundo de prácticas sexuales completamente desconocido para ella.

Plagado de descripciones eróticas explícitas, el libro ha provocado una revolución entre las féminas de medio mundo. Devoran el libro camuflado con otras cubiertas en el transporte público, leen fragmentos a sus parejas, gracias a él se han animado a comentar experiencias con sus amigas e incluso reservan momentos íntimos sólo para ellas y así disfrutarlo como mejor les plazca. Y qué queréis que os diga, a mí todo esto me parece genial.

A pesar de que supera las quinientas páginas, se lee rapidísimo, pero me ha parecido muy flojo estilística y narrativamente hablando. Salvaría el intercambio de correos electrónicos entre los protagonistas, que ha sido lo que más me ha divertido.

Anastasia es tremendamente inocente y el señor Grey, del que se insiste en su belleza absoluta (me lo imagino como David Gandy), es un seductor muy caballeroso con un lado oscuro protagonizado por la frase: «Te voy a foll… «, a lo que su dulce víctima siempre contesta: «Madre mía». Lo sé, es imposible no soltar una carcajada, pero creo que son las frases más repetidas de la novela.

A mí lo que más me gusta del señor Grey es que viste camisa blanca, lleva a Anastasia de la mano y es increíblemente protector. ¿Qué pensaría un psicoanalista de esto? Me estoy empezando a preocupar.

Ya hay dos productoras que han comprado los derechos cinematográficos, así que en breve podremos poner cara a estos dos amantes, aunque yo me los imagino muy parecidos a los protagonistas de The secretary. Estos días, con la ayuda de muchos de vosotros, he estado recopilando escenas eróticas de la historia del cine. Y como no podía ser de otra manera, hay para todos los gustos, pero por lo general gana la insinuación.

Y si ésta va acompañada de dos protagonistas atractivos, de una luz cálida y una música que se convierta en la banda sonora de nuestras vidas, ¿qué más podemos pedir? Hollywood lo sabe y por eso nos ha regalado momentos como el que ilustra esta entrada, cuando Richard Gere en Pretty Woman ordena desalojar la sala para quedarse a solas con Julia Roberts ante un piano. Hace pocos años, Josh Hartnett y Kate Bekinsale protagonizan un momento muy romántico en Pearl Harbour meciéndose en un etéreo mar de telas blancas. ¿Y qué me decís de la discusión entre Tom Cruise y Kelly McGillis en Top Gun? Sabíamos cómo iba a acabar y lo deseábamos tanto como ellos:

En Cincuenta sombras de Grey la madre de la protagonista le advierte sobre los hombres que bailan bien. Sabia mujer. Julio Iglesias dijo en uno de sus conciertos al que fui que bailar tango es como hacer el amor en vertical. ¿Y qué hacen si no Patrick Swayze y Jennifer Grey en esta escena de Dirty Dancing?

Porque el baile puede poner la situación al rojo vivo, sino que se lo pregunten a Quentin Tarantino al ver cómo se aproxima Salma Hayek hacia él en Abierto hasta el amanecer. Más pausado, pero no menos cálido, es el que protagonizan Meryl Streep y Clint Eastwood en Los puentes de Madison. Decidido, de mayor quiero ser como Francesca.

Hay veces que las conversaciones son el mejor de los preludios. Jennifer López y George Clooney lo saben bien. En el bar de Un romance muy peligroso no tarda en sobrar la chaqueta, mientras que en Indiana Jones y el templo malditoHarrison Ford y Kate Capshaw se enzarzan en una picante y divertida discusión. Pero si hay una escena del señor Ford que nos gusta es la que protagoniza con Sean Young en Blade Runner. Se me corta la respiración.

En ocasiones es mejor dejarse llevar en silencio, abandonarse a las sensaciones. Como Renée Zellweger y Tom Cruise en Jerry Maguire. O Demi Moore y Patrick Swayze en Ghost, mientras el barro se desliza entre sus dedos. Patrick, echamos de menos un torso como el tuyo. ¿Sabías que, por algún motivo que desconozco, los actores jóvenes se asoman a la pantalla con cara de mala salud? Nuestra última esperanza es Hugh Jackman y su ducha en Australia. Pero si hay una espalda que todas quisimos acariciar, arañar y besar es la de Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Ese «Stella» desgarrador nos desarma.

Y es que los guionistas de las películas clásicas se las ingeniaban para hacer trabajar la imaginación del espectador sin mostrar nada. ¿Quién no recuerda el beso eterno en la playa entre Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad? ¿O el baile del animal más bello del mundo en La condesa descalza? ¿Y Marilyn refrescándose en La tentación vive arriba gracias a un respiradero del metro en el tórrido verano neoyorquino, mientras subía la temperatura en los cines de medio mundo? ¿Y a Rita Hayworth exasperando a Glenn Ford en Gilda? ¿Y esa forma de morir matando en Duelo al sol? Seguro que donde esté, Marcello Mastroianni no ha podido olvidar a Sophia Loren en Ayer, hoy y mañana.

Sin embargo, no dejar nada la a la imaginación es lo que se estila en los últimos tiempos. Para algunos es fácil sonrojarse al pensar en algunas escenas de Lucía y el sexo; en el cruce de piernas de Sharon Stone en Instinto básico; en ver cómo sucumbe a la tentación Keanu Reeves en Pactar con el diablo; en el deseo irrefrenable de los protagonistas de Brockeback mountain, en las intimidades de un camerino en Tacones lejanos o en los cuerpos húmedos de Scarlett Johansson y Jonathan Rhys-Meyers en medio de la campiña inglesa en Match Point. Dependiendo de con quién estés viendo la película, la situación puede ser de lo más incómoda… o no.

Pero hay dos situaciones que sin duda dan mucho juego en los filmes. En primer lugar, las infidelidades y en segundo, aquéllas donde hay alimentos incluidos en acción. Las escenas más ardientes se reservan a los infieles. Diane Lane engaña a Richard Gere con Olivier Martinez en Infiel, mientras que  Kate Winslet da rienda suelta a sus fantasías en Juegos secretos con su vecino Patrick Wilson. Pero si hay un experto en beneficiarse a las esposas de otros, ése es Ralph Fiennes. Despertó nuestros sentidos en la secuencia de la fiesta de El paciente inglés y, más recientemente, en El final del romance, cuando tapa la boca a Julianne Moore para sofocar sus gemidos mientras escuchan que su marido entra por la puerta.

Ese éxtasis lo resume a la perfección este fragmento extraído del libro All the pretty horses, de Cormac McCarthy, que generosamente me envió una amiga: «La noche siguiente ella fue a su cama y fue cada día durante nueve noches seguidas, empujando la puerta y pasando el cerrojo y entrando en las franjas de luz a Dios sabía que hora y despojándose de su ropa y deslizándose fresca y desnuda contra él en el estrecho catre, toda ella suavidad y perfume, con la opulencia de su cabellera negra cayendo sobre él y sin ninguna cautela. Diciendo no me importa, no me importa. Haciéndole sangrar con los dientes cuando él le tapaba la boca con el canto de la mano para que no gritara».

Entre las más sugerentes se encuentran aquellas situaciones en las que la cocina entra en juego. Y mira que nos insisten desde pequeños que con la comida no se juega… Supongo que la primera escena que nos viene a la mente es la que se desarrolla ante la nevera en Nueve semanas y media o la de la cocina de El cartero siempre llama dos veces. Pero sin duda, mi favorita es la del banquete en la que se sirven codornices con pétalos de rosa en Como agua para chocolate. Exquisita.

Tengo guardado desde 1999 un artículo publicado ese año en el número 50 de la revista Cinemanía que merece la pena incluir aquí. Lo escribió Montse Iglesias: «Ellos, los que me hacen pasar por la taquilla sin esperar más a cambio que su presencia, no son necesariamente los más guapos, ni los más rutilantes del firmamento, ni siquiera versátiles actores aclamados por la crítica. Pero ellos, a mis ojos, tienen un don particular: lograr atravesar la pantalla y hacerme sentir, vivamente, la envergadura de sus hombros, el olor de su piel en el cuello, los perfiles de sus clavículas, la tibieza de un cuerpo en el que quisieras acogerte y desaparecer». ¿Algo que añadir? Por mi parte, no.

Para terminar, os dejo un regalo:

Me acabo de dar cuenta de que mientras me deleito con el Bruce Springsteen más sexy muerdo mi labio inferior en un gesto involuntario. ¿Qué pensaría el señor Grey de esto? Ups, ¡madre mía!