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Vale, lo reconozco, soy más clásica que el jamón serrano. ¿Pero hay algo más sabroso que un plato de él finamente cortado? ¿A quién le parecen estéticos los zapatos de plataforma? ¿Preferís espuma de tortilla o un pincho de idem? ¿Por qué los chicos se ponen cresta en el pelo? ¿Qué «moderna» cree que un vestido de leopardo es fondo de armario? ¿Por qué Pitingo piensa que es buena idea meter en una coctelera flamenco y agitarlo con cualquier otro estilo de música?

Yo soy una antigua. Sí, lo soy porque me he quedado en los zapatos de corte salón con tacón de aguja, en el little black dress, en los brillantes en las orejas, en el carmín rojo para los labios, en los perfumes de rosa empolvada, en las camisas masculinas blancas impecables, en Historias de Filadelfia y la sonrisa canalla de Cary Grant, en la decadente Roma, en una tarde de invierno en el cine, en las novelas de García Márquez, en la belleza salvaje de Ava Gardner interpretando a María Vargas en La condesa descalza, en el encaje negro de Balenciaga, en los bodegones de Sánchez Cotán, en las sábanas blancas de algodón grueso, en la tarta de queso al horno, en las saetas de Semana Santa, en las sobremesas eternas, en una copa de vino acompañada de queso, en tomar notas en una libreta y en Frank Sinatra cantándole a mi ciudad preferida.

Y es que la antigüedad que impregna mi vida me persigue desde siempre. Y me encanta. Gracias a ella he tenido la oportunidad de ver en directo desde muy jovencita a muchos de los grandes clásicos de la música española. Y estos gustos a edades tempranas pueden resultar muy extraños y casi incomprensibles entre tus amigos, aunque muchos de ellos ahora compartan esas aficiones.

Me siento afortunada de haber visto en dos ocasiones a Rocío Jurado en concierto. Tiene muy merecido el sobrenombre de «la más grande». Salía al escenario y con su caminar sensual seducía a la audiencia. Se plantaba ante el micro y comenzaba a interpretar, a actuar, a sobreactuar y su voz crecía hasta ponerte la carne de gallina. Tengo grabada la imagen de ella apoyada en el piano cantando y disfrutando, mientras recitaba letras cargadas de sexualidad. Para mí siempre será única, una auténtica genio, sobre todo cuando interpretaba este tema compuesto por Franco de vita:

Otra «R» a la que admiro desde niña es a Raphael. A él también lo he visto dos veces en directo, la última vez en el Teatro Colón de A Coruña. Tuve la suerte de tenerlo cerca. Vi cómo desfilaba por el escenario, cómo se paraba, cómo miraba, cómo gesticulaba mientras sujetaba con una mano el micrófono y dejaba la otra en el bolsillo. Llenaba con su voz el auditorio y el públicodevoto, se entregaba como nunca había visto. Soy fiel a su religión porque como él canta en Qué sabe nadie siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, con un estilo inconfundible y auténtico. ¿Mi parte favorita del concierto? Sin duda ésta:

De Julio Iglesias dicen que no canta bien, que no tiene voz, que no se mueve por el escenario. ¿Y sabéis qué? Que no le hace falta. Julio susurra, te mece con la voz y te miente descaradamente, pero a él se lo permites. Sólo a él. Y los novios y maridos que acompañan a las mujeres a sus conciertos ni se inmutan y le dejan hacer. Porque Julio tiene la misma virtud que George Clooney. Son dos seductores canallas que caen bien. Las féminas beben los vientos por ellos y entre la sección masculina los admiran porque todos quisieran ser truhanes y señores. ¿Qué queréis que os diga? Tengo debilidad por esta rama del apellido Iglesias, me cae bien. Y como al cabeza de familia sólo lo he disfrutado una vez en concierto, dentro de quince días pienso repetir en Cambados. Quiero sonreír mientras ronronea eso de: