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Elsa Schiaparelli hacía lo que le daba la gana. Y se nota. Nacida en la última década del siglo XIX, sólo se tenía que haber preocupado de fichar a un marido que fuera un buen partido y dedicarse a la buena vida. Pero no. Se le ocurrió que era mejor aprovechar su talento y creatividad para algo útil.

Esta italiana, cuya familia de intelectuales y científicos vivía en un palazzo romano, decidió a los veinticuatro años emprender un viaje por Estados Unidos donde conocería a los vanguardistas que habían revolucionado el panorama plástico europeo.

Amiga de Marcel Duchamp, Francis Picabia, Man Ray o Salvador Dalí, no abandonaría nunca la inspiración surrealista, gracias a la cual revolucionó el mercado de la moda en el París de la primera mitad del siglo pasado.

Cuentan que su flamante marido, el teósofo Wilhelm Wendt de Kerlor, tras agotarse la dote de ella la abandonó en Nueva York por su amante Isadora Duncan. Con Gogo recién nacida, su única hija, Schiap como sería conocida, trabajó de traductora y administrativa hasta poder regresar a Europa.

Luchadora, dejó atrás el desasosiego en el que había crecido gracias a una madre que nunca dejó de recordarle que carecía de belleza. Así que intuyo que se dedicó a buscarla incansablemente a través de una actividad que le fascinaba, el diseño de moda.

Audaz e imaginativa, comenzó fabricando en París a finales de los años 20 prendas de punto con estampados originales y atrevidos que causaron furor entre las mujeres que hasta el momento vestían de Lanvin, Vionnet o Chanel y, sobre todo, entre las estadounidenses, para las que el easy to wear era norma.

Sus biógrafos aseguran que entre ella y Coco Chanel había una gran rivalidad, a pesar de compartir amigos como Jean Cocteau y Christian Bérard. Parece ser que Gabrielle la llamaba despectivamente «la italiana». Es posible. Pero gracias a ambas la moda femenina dio un cambio radical y se abrió al empleo de tejidos no tan lujosos, pero sí cómodos y versátiles; a la introducción de prendas masculinas en la cotidianidad femenina, lo que facilitó la práctica del deporte, o al empleo de la bisutería para realzar los estilismos.

De Schiaparelli se dice que tenía un carácter narcisista y difícil. Pero gracias a él se convirtió en la mejor relaciones públicas de su empresa, a la que dedicaba horas y horas. Reconocía y era generosa con las ideas de sus colaboradores y hasta Dalí diseñó para ella motivos para apliques, un traje despacho con cajones, un sombrero-zapato o un apetecible bogavante para estampar sobre un vestido de noche.

El color rosa shocking identifica su casa de costura y ese adjetivo da nombre al perfume que lanzó en 1938, cuyo frasco reproduce el busto de la actriz Mae West.

Visionaria e innovadora en los negocios, levantó un imperio textil vinculando por primera vez arte y moda. La propia Chanel se refería a ella como «esa artista que hace moda». Y como no podía ser de otra manera, sus clientas fueron independientes y con caracteres muy marcados. Greta Garbo, Wallis Simpson,  Amelia Earhart, María Casares, Katharine Hepburn, Lauren Bacall o Marlene Dietrich vistieron sus confecciones de seda, rayón, latex o celofán, siendo la primera que facilitó sus vestidos a las estrellas de cine para que los lucieran sobre la alfombra roja.

Intuitiva, fuerte y decidida, Elsa Schiaparelli se adelantó a su tiempo como lo hace actualmente y en términos muy similares su colega Miuccia Prada. Estas dos genios italianas están siendo homenajeadas en el Museo Metropolitano de Nueva York. ¿Dónde si no? Se me ocurren pocas instituciones, aunque cada vez son más, que otorguen a la moda el lugar que se ha ganado.

La exposición Schiaparelli and Prada: impossible conversations, abierta hasta el próximo día 19 de agosto, muestra más de un centenar de diseños de estas dos visionarias de la moda, además de varias producciones audiovisuales, una de ellas dirigida por Buzz Luhrmann, relacionadas con sus creaciones.

Y a través de este recorrido te das cuenta, una vez más, de lo importante que es la formación intelectual, el fomento de la creatividad y el carácter del individuo. Partiendo de esta base, sólo unos cuantos elegidos rozan la excelencia, pero todos pueden aspirar a ella.

No me imagino a Schiaparelli o a Prada siguiendo sugerencias absurdas, preocupándose del qué dirán y sometiéndose al compromiso por el compromiso. Las pienso haciendo lo que quieren, en base a criterios más que formados y animadas por una imaginación desbordante.

¿Qué hizo si no Schiaparelli cuando eligió el shocking pink como imagen de su marca? Pues hizo lo que le dio la gana. ¡Y qué bien hizo!