Mis amigas y yo coincidimos en muchísimas cosas, que para eso nos entendemos y nos queremos, pero nos encanta debatir, discutir, darle vueltas a los asuntos, retomarlos y exprimirlos hasta el infinito y más allá. ¿A qué no se os había pasado por la cabeza?
Y creo que nuestros debates más apasionados están protagonizados por los hombres. Ya, ya sé que os acabáis de quedar petrificados. Un festival de sorpresas es esto.
Resulta que nosotras estamos en la década de los 30. Un decenio estupendo porque sobre este tema tenemos una posición privilegiada. Con inmejorables vistas observamos y analizamos a los veinteañeros y a los maduros.
Y como hay gustos para todas, están las que prefieren chicos jóvenes; a las que no les gustaría que sus parejas fueran menores que ellas, ni siquiera un año; a las que les gustan los de su misma edad o un par de años mayores y las que se sienten atraídas por hombres que ya nos superan en bastantes años.
Este último grupo va ganando adeptas a medida que transcurre el tiempo. Tengo que confesar que se me puede considerar la fundadora y presidenta de este club de fans desde que estaba en la veintena. Y también tengo que decir que esta afición me ha costado no pocos vaciles.
Ya lo decía el gran Guillermo Francella en El secreto de sus ojos, las pasiones no se pueden disimular ni abandonar. Una pasión es una pasión. Y a algunas amigas y a mí nos resultan más que irresistibles determinados hombres que sobrepasan los 40 y los 50 años. Tanto como algunos de nuestra edad.
En este tiempo, entre todas hemos reunido novios, maridos, amantes, amores platónicos, relaciones pasajeras y errores de todas las edades. Algunos permanecen y otros, afortunadamente, son cosa del pasado. Volviendo la vista atrás y mirando hacia el futuro, la mayoría tenemos muy claro qué clase de hombres no queremos en nuestras vidas y cada vez reconocemos más fácilmente aquéllos que merecen la pena.
Como ya estamos en los 30 y se nos han quitado muchas tonterías -otras las conservamos porque si no sería todo muy aburrido y no podrían criticarnos- estamos por la labor de tener una buena conversación, de que se nos transmita confianza, de ver capacidad de decisión, de que nos traten con caballerosidad y de disfrutar de la elegancia.
Y todo esto, señoras y señores, lo encontramos en los hombres maduros. Son como un hotel con todo incluido. Y además, como suelen tener mucho más recorrido vital que tú, saben hacerte reír como nadie, con inteligencia.
Como ya estamos en los 30, huimos de las discusiones absurdas provocadas por celos infundados. Es un placer pasar las horas conversando con un hombre del que puedes aprender, recreándote en su forma de hablar y en su seguridad.
El aspecto puramente físico ha pasado a un segundo plano y desconfiamos de los hombres que están más depilados que nosotras y que suelen ser los mismos que llevan escotes de vértigo en unas camisetas que causan ceguera transitoria.
A los 30 decides si quieres o no ser madre, pero sabes que no vas a perder ni un minuto en decirle a un hombre hecho y derecho qué tiene que hacer a todas horas. Que te sorprendan con planes divertidos y románticos y olvidarte de planificarlo todo es un alivio y un gran regalo.
Nos gustan las patas de gallo, y no sólo en las chaquetas, sino también aquéllas que se marcan en la cara de algunos cuando sonríen. El gris nos parece un color favorecedor, sobre todo cuando platea algún pelo corto. Pero que te digan abierta y sinceramente qué les gusta, quieren y esperan de ti, eso sí que es música celestial para nuestros oídos, cansados de escuchar excusas, titubeos y promesas que no valen nada.
¿Habéis visto cómo se cuidan y lo presumidos que son los de cuarenta y cincuenta y tantos? Muchos se mantienen en forma practicando deporte, se preocupan por su aspecto y han depurado su estilo de vestir de forma impecable.
Si nos paramos a pensar un momento nos vendrán a la cabeza nombres de vecinos, compañeros de trabajo, conocidos, jefes, actores, cantantes, artistas y escritores que responden a estas características, alegrándonos la vista y el intelecto.
Entiendo tanto a Audrey Hepburn cuando se enamora perdidamente de Cary Grant en Charada, una de mis películas favoritas. Ella insiste una y otra vez en que le gusta, pero él, que le saca bastantes años de diferencia, mantiene la distancia sosteniendo un juego en el que la química es absoluta entre ellos. El irresistible Grant apuesta por la intriga, el deseo, los diálogos brillantes y el humor para conquistar a Hepburn, a la que termina por confesar que le ha costado mucho resistirse a todos sus encantos. Tocada, hundida y partido para el gentleman. Los maduros funcionan con esta precisión porque sus maquinarias están engrasadas con la experiencia y el saber estar. Y ante esto estás perdida, no tienes nada qué hacer. Sólo si te apetece, puedes intentar esconderte un as en la manga y entrar en acción. Diversión y mucha clase aseguradas.