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Lo que quiera ser. Así de simple.

Afortunadamente no nacemos programados para comportarnos de la misma manera siempre y si echas un ojo dentro de ti, seguramente te sea muy difícil describirte. No porque no te conozcas, sino por todo lo contrario, respondemos de mil formas diferentes a distintas situaciones y en ocasiones, hasta nos sorprendemos de lo que somos capaces de hacer.

El ser humano es impredecible, forma parte de nuestra libertad. Un derecho inalienable.

Hace poco, en el curso de diseño web que estoy haciendo, hablábamos de las sensaciones conscientes o inconscientes que nos producían los colores. Cada persona suele sentir afinidad por algunos en concreto. En mi caso, yo los venero a todos. Cada uno de ellos, por unas cuantas razones, incluido el negro.

Al igual que me gusta pintar y elegir los óleos que pongo en la paleta, también me gusta vestirlos. Para mí es un juego más. Un vicio como otro cualquiera. Sin perder tampoco la cabeza.

En este momento, no me puedo permitir el lujo de comprar sentimientos en las tiendas de ropa, pero sí que puedo admirar la poesía equilibrada que tienen las fotografías de las grandes marcas de moda; tocar y buscar las puntadas de las cosas hechas a mano; probar el rojo o el azul en mi piel; disfrutar de la arquitectura perfecta de un vestido… Nunca se me dio bien coser y por eso admiro a esos artesanos que logran lo imposible en los talleres, a espaldas de la fama.

Pero no nos confundamos, mi estilo lo marca mi personalidad, las circunstancias y el tiempo cambiante de esta húmeda ciudad, Coruña. La moda para mí es un libro de sugerencias para conseguirlo, pero no una dictadura. Te puede gustar o lo puedes odiar, hasta te puede volver loco.

Yo, por ejemplo, intento no seguir normas. Nunca tiro nada de mi armario, a no ser que esté gastado y viejo, y me da igual que se lleve o no se lleve si a mí me apetece ponerlo.

Este otoño sé que habrá días lluviosos y fríos en los que no me apetecerá salir de casa. Posiblemente me pondré melancólica y tendré ganas de sentir el calor de esos jerseys o chaquetas de punto gordo y tacto suave, que me arropen, como los brazos de un hombre, con la inocencia del beis o el blanco y que ahora están en el fondo de mi armario.

Volveré a sacar mis botas de montar marrón chocolate, para que me protejan del agua y buscaré mis leggins ajustados, que encajan en ellas como un puzzle, aislándome del viento.

Me gustan los colores del otoño, la estación en la que nací, el verde botella, los tostados y el granate, los mismos que tiene la tierra a la que pertenezco, no tan diferente del Reino Unido en paisajes. Por eso agradezco los chalecos acolchados y los pantalones de pana, aunque no los veas por la calle.

Me encantan las coderas, sobre las que es un placer apoyarme para pensar y escribir y esas americanas entalladas que marcan los hombros con un porte distinguido, bufandas de lana para dar elegancia y guantes de piel.

Puede ser femenino, pero también masculino y como dice Armani, todos somos un poco ambiguos. Tengo días románticos, en los que disfruto con las blusas blancas de seda (aunque las mías son de algodón), el encaje y las faldas de vuelo por la rodilla que giran contigo como por arte de magia. Puedo ponerme fina, como las chaquetas de Chanel, los cuellos barco y los Peter Pan. Me gusta ese rosa pastel porque es tan sexy como dulce. A veces, soy un poco Audrey, no tan guapa, pero me siento igual de delicada, igual de infantil, igual de alegre.

Pese a la tristeza invernal, siempre guardo flores y estampados hippies que sé que me darán optimismo y vida. Faldas largas hasta los tobillos y blusones vaporosos con los que siempre estoy a gusto.


Sin embargo, tal y como me conquista un vestido, también lo hacen unos pantalones de pinzas, un blazer y unos mocasines, dirigidos por un sombrero borsalino, porque hay días que me siento un poco gánster, un poco Frank Sinatra y sólo pienso en apoyar los pies sobre la mesa e inclinar el sombrero sobre los ojos, como haría Paul Newman.

Porque también soy independiente y solitaria, segura de mí misma, analítica y con corazón de león. No necesito tacones para caminar y me camuflo con el gris para pasar desapercibida, como una sombra más del mundo que observo. A veces tan oscuro, tan serio, que es necesario pintarlo de color.

Entonces me olvido de todo y lo lleno de lunares, de violeta, morado y mostaza, para ver si espabila. Le pongo verde hierba, azul de Prusia y fucsia, con grandes lazos que lo diviertan y broches de colores que lo hagan feliz. Mis bolsos son caprichos creativos con golondrinas, papel de carta y collages de telas o superficies en las que se pueda dibujar.

Pero si hay un color que me apasiona es el rojo, en todas sus versiones, para subir la temperatura e imprimir carácter. Rojo en los labios, rojo en las uñas y negro para templarlo, como la oscuridad de mis ojos y mi pelo.

Elegante y rompedor, el rojo llama la atención este año, para placer de Valentino y Louboutin. La energía que hace falta cuando parece que todo se apaga. Mi rojo. El presumido al que le gusta mi cazadora de cuero negra, con tachuelas roqueras y los stiletto de punta fina. El mismo que lleva la sangre y que engalana mi coche y la moto que me gustaría tener, para imprimir velocidad y correr más rápido que el tiempo.

Hay que desfilar firme de vez en cuando, al menos eso me dicen los abrigos de corte militar, con doble abotonadura dorada, preparados para dar guerra cuando sea necesario. Su caída sencilla me hace más alta, me da orgullo, para fijar metas y superar desafíos.

Y para esas noches elegantes que aparecen de vez en cuando, me gustaría cubrirme de oro, en pequeñas dosis, sobre fondos oscuros en los que se esparce el champán. Este año reconozco que me seducen los brocados barrocos y las flores grandes simulando punto de cruz que se burlan del minimalismo más sobrio.

Rotundo y poderoso aparece Dolce y Gabbana para hacer más opulentas las curvas de la mujer.

Un vaivén que no se olvida con facilidad para miradas indiscretas que persiguen caderas en faldas ajustadas y escotes insinuantes. Sin mostrar mucho se puede decir tanto…

Todo esto soy yo, aunque no te lo parezca y espera por todo lo que podré ser aún. Para gustos, hay colores.