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Siempre que tengo ocasión, me dejo caer por alguna exposición de arte. Me gusta buscar y encontrar mensajes en las obras. Son como historias encerradas en botellas, en busca de alguien que las cuente.

Humor, angustia, locura, equilibrio, crítica, belleza, rebeldía, amor, dolor, pasado, represión, dulzura… Todo está escrito en los materiales; en su textura; el estilo y la fuerza de las pinceladas, si hay pintura; la técnica; los colores; los símbolos… Hay muchas cosas en las que fijarse.

A veces, ni siquiera hay un mensaje, pero eso también significa algo, o al contrario, hay más de uno, tantos que están fuera de control. Incluso hay muchas personas que se aprovechan y venden la dejadez y la tontería por miles de euros… Al final, todo depende de tu criterio.

Para mí, un buen trabajo es aquel que hace que me olvide de la vida real para llevarme a otro mundo, el creado a capricho de la mente del autor.

Precisamente, hace poco, realicé uno de estos «viajes artísticos» en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (MAC) de A Coruña. El artista audiovisual, Daniel Canogar, lo llamó «Quadratura» en honor a los pintores del Renacimiento y los efectos tridimensionales que lograban en superficies planas.

Partiendo de esa idea, nos introduce en salas oscuras donde la luz forma figuras insólitas, esculturas de colores e imágenes. En la distancia parecen polvos de hada, burbujas, espejos, chispazos de electricidad, neuronas o bosques luminosos entre los que puedes perderte, pero, vistos de cerca, resultan ser cables telefónicos, bombillas fundidas, cintas de VHS o discos DVD que no emiten luz, sino que la reciben de unos proyectores situados estratégicamente y la reflejan de una forma particular.

Mosaico de bombillas. Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa.Puedes interactuar con ella y crear sombras, pisar imágenes en el suelo, verlas sobre el rostro de otros visitantes o dejarte encerrar por ellas. Algunas llevan consigo sonidos de indios y vaqueros en el lejano oeste o frases en inglés de películas antiguas que recuerdan el pasado, como un elemento artístico más.

Canogar demuestra así su amor por el cine y la tecnología, dando una nueva vida a esos restos que tuvieron un papel en el rápido avance del progreso, a la vez que hace una reflexión sobre el cementerio de materiales que dejamos a nuestras espaldas, un testimonio de nuestra existencia.

Sus instalaciones son un ejemplo de precisión, trabajo, equilibrio y armonía en la obra en su conjunto, pero también en el detalle. De hecho, llega a encajar imágenes cambiantes del tamaño de un dedo en tiras de celuloide de 35 milímetros, entrecruzadas, que además van desde el techo hasta el suelo, como columnas de información, o centra en cada reverso de un CD, un primer plano recortado de actores extranjeros pronunciando una frase, en una orla viva perfecta.

Sin embargo, pese a tener todo estudiado, sí reconoce parte del mérito al azar, que muchas veces se cruza con el artista para marcar nuevos caminos. Un televisor que deja de funcionar de repente puede convertirse en una fuente de experimentación o la grabación de imágenes sin pensar hace que descubramos el efecto perfecto. Nunca se sabe, hay que tener los ojos abiertos.

Pero aparte, también se buscan nuevos retos. De hecho, fuera de la muestra, en su currículo y a mayor escala, Canogar atesora proyecciones como la de Asalto New York sobre la fachada de una fábrica abandonada en Brooklyn o trabajos en espacios públicos, como “Waves”, una pantalla flexible creada con LEDs, en el atrio del “2 Houston Center” en Houston y “Constelaciones”, el mosaico fotográfico más grande de Europa en el Parque MRio de Madrid, entre otros muchos.

Desde luego, las superficies parecen no tener límites para él y sus proyecciones harán cualquier cosa para engañarnos y sorprendernos. Algunos lo llaman magia, otros ciencia, yo lo llamo arte.