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Amor, Cine, Memorias de África, Meryl Streep, Robert Redford
«He escrito acerca de todos los demás, no porque les quisiera menos si no porque eran mas accesibles, menos complicados.”
Karen Blixen, en Memorias de África.
La vi por primera vez cuando era una niña y desde entonces al escuchar los primeros acordes de su banda sonora se me hace un nudo en el estómago. Al principio sólo me parecía bonita, sin más. A medida que cumplí años supe que quería vivir una historia de amor, del de verdad, como la que se cuenta, aunque su fecha de caducidad fuese más corta que la de un yogur. Ahora la vuelvo a ver y entiendo situaciones y comportamientos que se cruzan en tu vida. Y admiro a Karen y a Denys por igual.
Esta madrugada volví a deleitarme con Memorias de África. Si veo un segundo de su fotografía, escucho su música o algún diálogo de los que me sé de memoria estoy perdida, no cabe otra opción que verla. Lo que siento por esa película es una atracción irreprimible. Y aunque sé que terminaré llorando, luego pienso en cómo se amaron los protagonistas y me asoma una sonrisa.
Decía Frank Sinatra que a Ava Gardner la llevaba en la sangre. Y es que casi cada uno de nosotros tenemos un alguien que se te mete en la piel y ya nunca se va. Es como ese lunar situado sobre el labio. Convives con él día a día y procuras no prestarle atención, pero por momentos, sin saber cómo te sorprendes a ti misma admirándolo y comprobando lo bien que te queda.
Lo mismo ocurre con determinadas personas. Sabes que están bien a tu lado y tú al lado de ellas. Cuando te miran lees en sus ojos y si te sonríen, automáticamente dibujas tu propia sonrisa. Son las mismas de las que hace un tiempo que no tienes noticias, pero que siempre reaparecen. Y se las arreglan para no perder un puesto privilegiado dentro de tu vida porque sus regresos, casi siempre fugaces, te sorprenden con la guardia bajada.
Pero tú, a pesar de esa fidelidad contra la que hace tiempo has decidido dejar de luchar, suscribes lo que Karen (Meryl Streep) le confiesa a Denys (Robert Redford): «Hay cosas que valen la pena y cuestan un precio y yo quiero ser una de ellas«. Es tu forma de ser y, como Karen, ya es imposible que cambies, a pesar de que él acabe por confesarle en un último intento por retenerla que le ha «estropeado el gusto por estar solo«.
De Denys te enamoras porque es un hombre cuya libertad lo hace atractivo, que va y viene sin dar ni pedir explicaciones. Afirma que la vida es sencilla, pero sabes que su cabeza no descansa ni un sólo segundo. Conquista a Karen como un caballero paciente. Viste americana para las cenas que ella prepara y le cede su chaqueta cuando refresca. La escucha contar cuentos y la anima a escribir. La saca a bailar y le susurra, mientras la mira fijamente, aquello de «me gustaría besarte«. No sale a su rescate cual príncipe subido a un caballo blanco, pero le regala una brújula para que encuentre su propio camino y una pluma para que cuente historias. La respeta, apoya sus decisiones y no la cuestiona. Es sincero y romántico. Y le gusta Mozart.
A Karen la admiras y la entiendes porque es una mujer fuerte y apasionada. Dice lo que piensa y al igual que las leonas que rondan su granja nadie defiende el hogar que ha construido mejor que ella. Inteligente y gran anfitriona, ella acoge a Denys cuando regresa de sus expediciones. Se convierte en un refugio seguro que cuida mientras pacientemente espera su vuelta porque sabe que siempre reaparecerá. Mantiene viva la ilusión por los dos y lo piensa, aunque no confía que él haga lo mismo durante sus largas ausencias. Es independiente, luchadora y el complemento perfecto para la complejidad de él.
En sus veladas simplemente disfrutan la cena, el vino, la música, las miradas y la conversación. Se entienden, evaden los problemas y lo real. No necesitan nada más.
Alguien, cuya opinión valoro mucho, me dijo hace poco que hay a personas a las que hay que querer, sin cuestionarse nada más. Aceptar su forma de ser y dejar de juzgar su comportamiento porque siempre han demostrado bondad, lealtad y amor, del que nace de una vieja amistad. Y esa simple frase contesta preguntas sin respuesta y se transforma en bálsamo de alivio.
Karen despide a Denys afirmando: «Él nunca fue nuestro. Él nunca fue mío«. Creo que él le perteneció a su manera, pero ella se conocía demasiado bien para saber que eso no le bastaba. Y sin embargo, lo quiso siempre.
«Y cuando veo que no puedo seguir soportándolo, aguanto aún un momento más y entonces sé que puedo soportar cualquier cosa…»
Karen Blixen, en Memorias de África.
Amarene…Creo que no hace falta que comente nada… entre líneas está todo dicho.
Así es la vida… así es el amor…
Un besazo corazón, y prepárate para esta 2013… 😉
Que se prepare el 2013 para mí… ajajajajajaja!!!! Un beso de los gordos, guapísima!!! 🙂