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Ayla, Broud, Brun, Creb, Daryl Hannah, El clan del oso cavernario, El valle de los caballos, Era Glacial, Historia, Homo Sapiens, Iza, Jean M. Auel, Libros, Los hijos de la Tierra, Neanderthal, Paleolítico, Película, Pleistoceno
Hace mucho tiempo que fue el boom de la colección de libros “Los hijos de la Tierra”, de Jean M. Auel, una investigadora y amante de la Prehistoria, a la que en 1977 se le ocurrió imaginar cómo sería la vida de una mujer en la Era Glacial.
Su idea le acompañó durante mucho tiempo, como una obsesión, que le llevó a pasar meses de documentación en bibliotecas, largas entrevistas con expertos y hasta a hacer un curso de supervivencia para saber cómo podían defenderse nuestros ancestros, sin nada de lo que hoy tenemos nosotros.
Era la primera vez que el Pleistoceno, en la Europa del este (hace 35.000 y 25.000 años), se convertía en un best-seller y, más concretamente, el Paleolítico, en lo que respecta al desarrollo humano, justo en la época donde dos especies homínidas diferentes, los Neanderthales y los Homo Sapiens convivieron en el planeta.
Aunque aún no existen pruebas sistemáticas sobre si llegaron a encontrarse cara a cara, la autora basa en ese supuesto su historia, lo que aumenta su carga dramática, ya que, en ese caso, los Neanderthales conocerían el rostro de la nueva especie que los sustituiría, puesto que ellos, debido a sus peculiaridades físicas, no fueron capaces de adaptarse y acabaron extinguiéndose.
Yo, que soy un poco cabezota con las modas, fui de las pocas personas que no leyó “El clan del oso cavernario” en su momento. Cuando se habla mucho de una cosa me saturo y me gusta salir de la corriente.
Por otro lado (sé que soy rara), pero, para mí, el encuentro lector-libro es un momento mágico y privado. De hecho, me suelo pasear por los estantes de la biblioteca o los mostradores de las librerías esperando a que alguno “me hable” con su título o portada, luego leo el dorso y, finalmente, unas páginas al azar. Si en ese tiempo olvido el presente, me lo llevo.
Otra posibilidad que consiento es que ese libro venga a buscarme. Eso es lo que pasó con este. Después de años y años sin volver a oír hablar de él, mi prima Sonia, una gran lectora, me lo puso en las manos y entonces tuve claro que tenía que leerlo.
Era la cuarta vez que me iba tan atrás en el tiempo, la primera fue con las clases de Historia, la segunda, con la película “En busca del fuego” y la tercera, con “Stonehenge”, una novela buenísima, de Bernard Cornwell, que recomiendo encarecidamente.
En este caso, aunque la trama es un poco lenta debido a las largas descripciones, la verdad es que no puedes separarte de Ayla, una niña de cinco años que se queda huérfana tras un terremoto y que, sorprendentemente, logra sobrevivir sola, hasta que se cruza en su camino el clan, un grupo de neanderthales.
Al verla tirada en el suelo y a punto de desfallecer, Iza, la curandera, hermana del hechicero, Creb, y el líder, Brun, siente compasión por ella y pide permiso para adoptarla, pese a los recelos del resto de sus compañeros de viaje, ya que es una de los Otros, como atestiguan su pelo rubio y sus ojos azules.
A partir de ahí, Auel hace una gran reconstrucción de cómo podría ser la vida y costumbres de este clan, poniendo de relieve las ventajas de una especie que podía recordar hechos pasados de anteriores generaciones gracias a su gran capacidad craneal, pero a la vez, esta característica los incapacitaba para aprender cosas nuevas de forma rápida, al contrario que Ayla.
Pronto y a medida que crece, su curiosidad, su inteligencia, además de su orgullo y valentía, hará que se enfrente a más de un problema. Principalmente con Broud, heredero del jefe, que empezará a desarrollar un odio enfermizo e imparable.
Aparte de la intriga que generará la difícil adaptación de Ayla, cuyo lenguaje y habilidades comunicativas son completamente diferentes, así como sus características físicas, el poder del libro reside en la riqueza de detalles históricos, contados con precisión y muchísima naturalidad (a excepción de algunos pasajes sobre la flora). Pero lo que más llama la atención, sin duda, es que pese a la gran cantidad de tiempo que nos separa de los personajes, el amor, los celos, la envidia, el espíritu de superación, el miedo o incluso, la dimensión espiritual del hombre no han cambiado mucho respecto a lo que podemos sentir hoy en día.
Así que, pese a haber huido de él, hoy me retracto y hasta recomiendo pasar por sus 551 páginas antes que ver la película, carente de recursos y con una bellísima Daryl Hannah que no me encaja con la imagen de Ayla. Ahora creo que ya puedo ir buscando “El valle de los caballos”.