Etiquetas
Amistad, Amor, Carrie Bradshaw, Hombres, Mujeres, Nueva York, Reír, Serie, Sexo, Sexo en Nueva York, Televisión
Carrie, Charlotte, Miranda y Samantha
He empezado la semana con mucho trabajo y el sábado y el domingo no tuve tiempo de escribir para Amarene. Así que había planeado que la tarde-noche del martes la dedicaría a redactar una entrada, pero no tenía ni idea sobre qué. Tengo temas pendientes, entrevistas que editar y recetas por organizar, pero no me apetecía trabajar sobre nada de lo archivado.
Me he puesto a ordenar la casa, en busca de inspiración, y limpiando una estantería me he encontrado con mi caja preferida. Soy una gran amante de estos recipientes. Las tengo forradas con papel florentino; de porcelana con muñecas, de cristal facetado y de metal diseñadas para guardar puritos extra finos de los que todavía queda un ligero y rico olor.
Pero mi caja favorita es negra, con la tapa rosa y dentro contiene tanta sabiduría concentrada en forma de sentido del humor y verdades universales que viaja conmigo desde hace años cada vez que me mudo o cuando una amiga necesita una sesión de risas urgentes. Y alguna que otra noche me gusta recordar frases memorables que ya nunca abandonarán mi vida, revisando algún capítulo al azar.
Cynthia Nixon, Sarah Jessica Parker, Kim Cattrall y Kristin Davis
Os escribo este post calzada con los segundos tacones más altos que tengo porque quiero homenajear a las cuatro mujeres que hace quince años comenzaron a protagonizar Sexo en Nueva York, una serie que se ha convertido en referente en muchos aspectos para la televisión o la moda, entre otros ámbitos.
Me dan exactamente igual todas las críticas negativas que se han hecho sobre ella, absolutamente todas. Como buena fan, la defenderé siempre. Punto. Y es que capítulo tras capítulo a través de diálogos, situaciones y tramas sus seguidoras hemos constatado cosas que ya sabíamos o que poco a poco fuimos conociendo y viviendo, pero que nadie había condensado antes en seis temporadas de televisión y dos películas, tales como que:
-La amistad es lo más importante que puedes y debes conservar en tu vida.
-A las mujeres nos encanta hablar bien y mal sobre los hombres. Indistintamente. Pero sobre todo hablar de ellos. Analizarlos hasta la extenuación, suponer qué piensan, cómo reaccionarán, qué dirán, para concluir, cuando no se comportan como queremos, que son todos iguales.
–El pasado siempre vuelve. Sobre todo si se materializa en forma masculina. Y, evidentemente, casi nunca es para nada bueno.
-El tamaño sí que importa cuando tiene que ver con la altura de los tacones, con los vestidores de las mujeres y con el sexo masculino. Por defecto y por exceso. Y la que diga que no, miente. En las tres cosas.
-Una mujer de verdad te dará pasaporte por mucho que seas un prestigioso cirujano, con piso en Park Avenue y le hayas regalado un anillo de compromiso comprado en Tiffany’s. Desahogarte con revistas en el baño mientras tu esposa te espera en cama y hacer todo lo que dice mamá no entra en el trato.
-Los hombres siempre se irán, e incluso se casarán, con las jovencitas dóciles y dulces. Sólo algunos hombres inteligentes intentarán recuperar al amor de su vida aunque para ello tengan que cruzar un océano.
-El hombre que te quiere se declara diciendo: “tú eres la única”. Está todo dicho. No es necesario añadir nada más.
-El hombre que te quiere te llamará a media noche para que te asomes a la ventana y contemples lo inmensa que está la luna llena.
-El hombre que te quiere te sorprenderá en mitad de la madrugada, volviendo de un viaje de trabajo metiéndose en tu cama. Cuando le preguntes qué hace allí te responderá que sólo ha adelantado su regreso para decirte que te ama. Y a continuación tendrás con él sexo del bueno.
-El hombre que te quiere saldrá a pasear contigo por la ciudad en las noches de verano, te comprará helados bajos en grasa y te sacará a bailar canciones de los años 40.
-Las mujeres que se enamoran de hombres que merecen la pena son capaces de convertirse a otra religión, de abandonar Manhattan por Brooklyn, de mudarse de su apartamento después de veinte años e incluso de llevar una vida anodina en Los Ángeles.
-Las mujeres que son fieles a sí mismas reconocen que se quieren a ellas por encima de todo, se autorregalan joyas sin esperar a que se las compre nadie, dicen lo que piensan, escandalizan a las remilgadas bienpensantes, crean listas de boda porque se casan consigo mismas, gastan medio sueldo en unos zapatos y gritan sus momentos de felicidad por la ventana.
-Las mujeres a las que admiro tienen complejos físicos, son trabajadoras incansables y grandes profesionales, destacan en un mundo laboral que privilegia a los hombres, se enamoran de quien no deben y se acuestan con quien quieren, salen a bailar y reír hasta el amanecer, se ayudan entre ellas compartiendo nacimientos, bodas y enfermedades mejor que cualquier familia.
-Hay mujeres que saben que George Clooney nunca pasará de moda, como Chanel; que los guapos creen que no necesitan esforzarse en la cama; que si una vez te fue mal con un hombre en el sexo es culpa suya, pero que si repites, la culpa es sólo tuya y que si eres soltera no te regalarán nada después de tu graduación, pero tú te gastarás mucho dinero celebrando las parejas e hijos de los demás.
-Estas cuatro mujeres son conscientes de que no hay ningún lugar en el mundo que se parezca a Nueva York. Es su único hábitat posible. Es la ciudad en la que te puedes bañar con tu amante en una piscina en la azotea de un rascacielos durante la madrugada; en la que recorrerás Central Park en coche de caballos; en la que te atracan en la calle para robarte los manolos; en la que te venden folletos con las posturas del Kamasutra y en la que invitas a una barbacoa a los travestis que se prostituyen debajo de tu casa.
Dice el personaje de Carrie Bradshaw que no permite que nadie hable mal de su pareja, es decir, de su ciudad, de Nueva York. Pues yo no permito que nadie hable mal de estas cuatro mujeres, ni de sus verdades, ni de sus desvaríes. Porque ellas me han hecho reír como nadie. Que levante la mano el que no termine por enamorarse de alguien que le hace soltar carcajadas cada dos por tres.