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Lamerte esas heridas. Como una perra. Eso haría si te dejaras. Te curarías. Y volverías a sonreír. A sonreírme. Hay tiempo.
Amo a los perros. Desde pequeña he tenido varios. A todos los he mimado, consentido y querido porque son los únicos seres que conozco que dan todo a cambio de nada. Su fidelidad y lealtad permanecen en el tiempo aunque ya no estés. Muchos enferman o mueren poco después de que lo hagan sus dueños. Nadie puede convencerme de que haya un comportamiento más ejemplar. Y menos entre los humanos que demasiado a menudo sacamos nuestras bajezas a pasear.
Hubo veces en las que he estado mal. En las que no he podido evitar llorar sin saber porqué. Sin consuelo. En muchas de esas ocasiones a los únicos que tenía a mi lado eran a mis perros. Y cuando te ven así, su reacción inmediata es acercarse y lamerte. Simple. Terapéutico. Cuando ellos sufren heridas físicas las lamen hasta que cicatrizan. ¿Entenderán que nuestras lágrimas se pueden borrar a base de lametazos?
A mi alrededor tengo algunas personas que están heridas en su interior. Físicamente, su apariencia es normal, pero hay partes dentro de ellos que están rotas en pedacitos que parecen difíciles de reunir y recomponer. Son personas que nada tienen que ver entre sí, pero a las que quiero por distintos motivos. Por cómo son, por los detalles que han tenido conmigo, por cómo me tratan o por los buenos ratos que paso con ellas.
Con algunas de esas personas tuve un mal comienzo, pero una inmejorable complicidad posterior. Con otras hubo que llegar a un punto de acuerdo para mantener la relación y ahora agradezco el período de negociaciones. A otras las quieres porque sí, es cuestión de piel y sólo por eso sabes que nunca dejarás de quererlas. Con otras os sonreís mutuamente y sabes que no hay nada más que añadir. Detrás vienen solas las charlas interminables regadas con copas de vino hasta el amanecer.
Son muchos los que me conocen que dicen de mí que sería una buena madre. Exigente y con carácter, pero buena madre. Nunca he sentido la necesidad de serlo de momento. Sin embargo, a veces me gustaría convertirme en una perra. Y como ellas hacen con sus cachorros lamer a quienes quiero para limpiarlos, protegerlos y curarlos. Para que cuando me miren vuelvan a sonreír con la boca y con los ojos. Y sentir, aunque sea momentáneamente, paz.
Cuando yo me rompa, a todos nos pasa tarde o temprano, me gustaría que alguna perra o perro con forma humana me lamiera. Recorriendo mis pedazos y miserias con su lengua áspera de manera incansable hasta secarlas y que sólo fueran una pequeña cicatriz de la que te olvidas cuando se suceden los días.
Hay tiempo. Sólo hay que empezar de nuevo las veces que sean necesarias.
Os (l)amo.