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Bajada a la iglesia de San Xoán da Cova
Después de ver, observar, conocer, probar y desechar, al final te das cuenta de que algunos sólo buscamos la autenticidad porque es lo único que nos aporta e importa. Nos pasa con la gente, con las cosas, pero también con los lugares. Igual por eso cuando pienso en cruzar el Atlántico para tirarme en una tumbona con una pulsera que me dé acceso al «todo incluido» me recorre un escalofrío por la nuca.
Por motivos de estudio y trabajo, durante los últimos meses he recorrido los rincones más rebuscados de la Ribeira Sacra lucense. Y como la tonadillera condenada, hoy debo confesar que estoy enamorada. Todo es genuino en esta zona de Galicia. Y entenderéis que no encontrarse en el recorrido con ningún eucalipto es inmejorable señal. Sólo os adentraréis por bosques de castaños y robles con troncos cubiertos de líquenes.
Paisaje en el descenso a la iglesia de Santa María de Pesqueiras
La necesidad de comunicarse con los fieles hizo que durante siglos la Iglesia Católica tradujese a un lenguaje sencillo y comprensible la iconografía que se representaba en las iglesias. Las que se sitúan en esta zona rural se encuadran prácticamente todas en un estilo románico cuyo encanto reside en mostrar unas dimensiones abarcables, casi domésticas, y retrotraernos a la inocencia cada vez que te colocas debajo de los canecillos y capiteles historiados repletos de monstruos y criaturas que, aunque lo inentan, no terminan por oler a azufre.
Capitel interior de la iglesia de San Salvador de Asma
Estas piedras milenarias se mantienen imperturbables, impasibles, destilando una paciencia que han contagiado a los habitantes de esta tierra. Nadie tiene prisa y pensándolo bien, ¿para qué apurarse? Es mejor hablar con los pocos vecinos que quedan en cada aldea, dejar que con su retranca cuenten lo que les sobra para terminar convirtiéndose en los mejores anfitriones. Los mismos que te regalarán una bolsa llena de uvas para que tu regreso a la ciudad conserve ese aroma tan característico de la fruta que está a punto de fermentar o que te inviten a beber el vino que producen en sus bodegas.
Los viñedos y el río Miño conforman la zona de O cabo do Mundo
Si tenéis vértigo y fobia a las alturas como yo, os aguantáis. A mí se me sale el corazón por la boca cada vez que desciendo por una de esas carreteras imposibles, llenas de curvas de 180 grados, pero es que el espectáculo para la vista merece tanto la pena que pronto os olvidaréis de las canas y arrugas que os saldrán en los trece kilómetros de bajada a San Xoán da Cova, en Carballedo, por poner sólo un ejemplo. Su descubrimiento os llenará de silencio. Y sabréis, por fin, que sois inmensamente pequeños e insignificantes. Y encontraréis la paz hasta que regreséis a vuestras vidas.
Sepulcro de la familia Taboada situado en el ábside de San Pedro de Bembibre
Oculto, en el fondo de cada precipicio, siempre aparece el río que baña de calma las laderas fértiles cubiertas de vides. Contemplar el inicio de la vendimia a finales del pasado mes de septiembre fue uno los mejores espectáculos a los que he asistido en mi vida. De la nada, colgadas de pendientes imposibles, aparecieron centenares de personas que se afanaban en la recolección de una cosecha de calidad, aunque las bodegas se vieron desbordadas por el excedente.
Portada norte de la iglesia monasterial de San Miguel de Eiré
La Ribeira Sacra es calma, paciencia y sabiduría milenaria. Es agua de río que discurre lenta como una serpiente pitón recién alimentada. Es vino y bodegas familiares sostenidas por trabajo duro y humilde. Es todos los matices de verde imaginables y nubes de insectos zumbando en tu oído cuando contemplas la oscuridad del agua. Es retranca y sabiduría popular. Es arquitectura básica y la más entrañable escultura románica. Es abismo para tu corazón y descanso para tu vista. Es el lugar al que hay que volver cuando necesites sonreír porque sí y quieras olvidar el significado de la palabra apariencia.
Frescos de la iglesia de Santa María de Seteventos
Espero no tardar mucho en hacer un recorrido igual de exhaustivo por la ribera ourensana. ¿Veis? Ya estoy sonriendo pensando en los rincones perdidos que me quedan por descubrir. No sé a vosotros, pero a mí esta sensación no me la provocan muchos lugares, ni la mayoría de personas. Ahora que lo pienso, son mis perros quienes arrancan siempre sí o sí sonrisas involuntarias con solo pensarlos. Otra vez la autenticidad.
Todas las fotografías de esta entrada son de mi propiedad, si las vais a usar, por favor, citad la procedencia. Gracias.
Portada principal de la iglesia de San Estevo de Ribas de Miño
Relieve del retablo mayor de la iglesia de San Salvador de Asma
Ábside de la iglesia del Monasterio de Ferreira de Pantón