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Mad menComo muchos, estoy enganchada a la serie de publicistas «Mad men«, en parte porque me permite ver cómo se ha desarrollado el mundo de la publicidad en los 60 y por otro lado, por seguir el crecimiento de una ciudad como Nueva York.

Aterrizamos en un lugar donde los hombres llevan corbata, camisa blanca, sombrero y traje y ellas, vestidos con faldas de vuelo, marcadas cinturas e insinuantes escotes. Ambos bebían y fumaban como carreteros, celebraban fiestas hasta en la oficina y pasaban la noche en pubs haciendo negocios.

Pero de todos los personajes, los que más me gustan son los del director creativo Don Draper y su relación de amistad con su secretaria Peggy Olson.

Cuando llegó ella a la agencia por primera vez, con sus aires de pueblo y sin ningún objetivo profesional, en seguida captó la a tención de los encargados de cuentas. «Orejitas», la llamaban. Su inocencia saltaba a la vista y cayó en un nido de depredadores, hasta que Joan Holloway, la jefa de secretarias, la instruyó por pura pena.

joan y peggySin embargo, varias situaciones harán que el Don más oscuro e huidizo le acabe confiando a ella aspectos de su vida privada que nunca compartiría con un hombre ni con una mujer con la que no se hubiera acostado. Es entonces cuando Peggy demuestra su madurez y resulta ser más parecida a él de lo que se había imaginado sin pasar por su cama en ningún momento.

Me gusta su ambición al pedir un aumento de sueldo o al hacerse valer para que la asciendan a creativa, aún con salarios inferiores al de cualquier hombre; y sus protestas cuando Don tira su trabajo (Él no es más que el que aprueba o rechaza el proyecto para presentarlo después ante el cliente con un toque de genialidad); o cuando intenta ser un hombre más y se va a un local de streptease con varias copas colgando del brazo, visiblemente incómoda, luchando por encontrar su lugar en la gran ciudad.

El otro día vi en el capítulo siete de la temporada cuatro, «The suitcase», donde en la que se avecina una larga noche de trabajo, tiene lugar un enfrentamiento entre Don y ella. Después de ponerse a parir el uno al otro, ella reclama que la idea por la que obtuvieron un gran premio de publicidad era de su propiedad y que él sólo había puesto un matiz, pero él aseguraba que ese matiz lo era todo. «Todo lo que sale de aquí pertenece a la agencia (…) Es tu trabajo. Yo te doy el dinero y tú me das las ideas», sostiene él.

La tensión era palpable, pero pese a que Peggy tiene una oferta de trabajo para irse a la empresa de publicidad de Duck Phillips, la competencia, no lo hace, porque en cierta medida siente que le debe algo a Don. Gracias a él la ascendieron, la tomaron en serio, la respetaron y es incapaz de traicionarle.

Cuando finalmente salen del despacho, aparece Duck en la puerta para venir a buscarla, completamente borracho la llama puta al ver a Don con ella.

episode-7-don-duck-peggy2500x351Es la gota que colma el vaso y Don le intenta dar un puñetazo en toda la cara, aunque con malos resultados.

En cierto modo él reconoce que es una gran creativa y que no quiere que se vaya con nadie.

Así que ella vuelve después de librarse de Duck y duermen juntos en el despacho, sin más. La amistad puede ser sólo eso.