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Dice mi madre que dos de mis pasiones las heredé de mis abuelas: la cocina y la moda. Mi abuela paterna es una cocinera fantástica, de las de antes, de las que derrocha paciencia, cariño y dedicación. Y así es imposible que no triunfes con un menú. Hace años que no puede pasar la mañana entre pucheros, pero en mi cerebro de vez en cuando se despierta el sabor de sus albóndigas de tres pescados, de sus bizcochos esponjosos, de sus orejas de carnaval, de su rodaballo al horno y así podría seguir, pero paro porque ya estoy salibando.

La madre de mi madre hizo de la costura su profesión. Fue de casa en casa durante muchos años cosiendo para las mejores familias de A Coruña, en una época en las que cada una tenía varias personas de servicio doméstico. Ella confeccionó muchos de mis vestidos de cuellos impecables cuando era pequeña; el de mi comunión, nada pomposo, y aquel vestido largo y negro para salir por primera vez en la noche de fin de año.

Sus dedos deformados por la enfermedad ya no le permiten enhebrar, pespuntear o cortar, pero todavía conserva cientos de retales con los que yo jugué muchas tardes haciendo el guardarropa de mis muñecas. Y aunque confieso que no sé ni coser un botón, uno de mis placeres es ver, tocar y oler telas y tejidos. Me fascinan las tiendas de toda la vida, donde la gente va a comprar la pieza de tela de la que saldrá el abrigo que ha visto en una revista o el traje de madrina para la boda de su hijo.

El miércoles pasado las chicas Amarene nos fuimos a la Ikea Passion Week a disfrutar de una divertidísima y original presentación de los nuevos textiles de la multinacional sueca. Algunos de los trabajadores participaron en un desfile ideado por ellos, amenizado con una selección musical brillante, que nos cargó de energía. Nos mostraron telas, ropa de cama o alfombras de diseños actuales y frescos que podéis encontrar ya en cualquiera de las tiendas que hay por toda España. Como guinda, el final de fiesta se culminó con una reparadora merienda para todos los asistentes.

Y es que el aspecto de un dormitorio, de un salón o de un despacho puede variar muchísimo sólo con cambiar una alfombra, tapizar una butaca o renovar la funda nórdica, sin gastar un dineral que no tenemos en amueblar todo de nuevo.

Los médicos deberían prescribir abandonarse al placer. Se curarían muchos males. Acurrucarse en un sofá Chester bajo una cálida manta de cuadros inmensos mientras ves El paciente inglés; leer Nacidos bajo el signo de Saturno sentado en una butaca de la que nazcan grandes peonías fucsia; vestir la mesa con un mantel de lino blanco impoluto que resalte la vajilla y la cristalería, mientras horneas canelones de setas; calentarte ante la chimenea sobre una alfombra de lana dorado viejo; dejar que te besen el cuello sobre tu cama entre un mar de cojines de todos los tamaños; dormir entre unas sábanas de algodón grueso que secaron al sol…

Y lo mejor de todos esos remedios es que los puedes hacer cómodamente en tu casa. ¿A que sólo de imaginarlos ya te sientes mejor? Viste tu rincón favorito. Juega con los tejidos y convierte una estancia en lo que te pida tu imaginación sólo con las telas. Combina texturas y colores, tócalos, admíralos, úsalos, gástalos, mánchalos, vívelos… Viste tu vida.